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Piñoneando en el Valle de Quinquén

Fecha de Publicación: 2021-09-21

Piñoneando en el Valle de Quinquén
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Llegar a Quinquén, la comunidad Pewenche ubicada a 35 km de Lonquimay, es para uno, acostumbrado a la dureza de las ciudades, como viajar en el tiempo. Volver a una era de bosques altos, de sombras frondosas, de ríos que corren y veranos que se quedaban suspendidos en una vida paralela, eternos. Primero hay que pasar el túnel Las Raíces, de 4,5 kilómetros y una sola vía, oscuro como la noche y en el que la lluvia sigue cayendo sobre el parabrisas mientras cruzamos, es una especie de portal a otro mundo.

Desde el túnel, se sale a una llanura, donde comienza a correr el río Lonquimay antes de convertirse en el grandioso Biobío. Este río, nos acompaña por parte del sinuoso camino, mientras subimos hacia la cuesta La Fusta. El camino esta rodeado de un denso bosque nativo, lengas y araucarias van dejando entrever el valle de Lonquimay desde cada vez mayor altura. Quinquén

Pero al llegar a la cumbre se perciben los vestigios de un bosque de araucaria que sufrió el incendio de 2002, troncos quemados y una tierra arrasada por el fuego que estremecen, pero que muy lentamente comienza a recuperarse. Entre ellos con una timidez imponente, se descubren algunas araucarias sobrevivientes. Esas que nos conocen antes que nuestros abuelos hubieran nacido, esas que los habitantes del Valle de Quinquén, los defensores del bosque, supieron resguardar. Al llegar, sentir el aire y el olor de la tierra, no queda duda de que el Valle de Quinquén fue bautizado correctamente: Quinquén en mapudungun significa "refugio”.

La familia Meliñir nos acogió en su casa, roja y llena de flores. Alex Meliñir, hijo de Crescencio Meliñir, fue uno de los cuatro hombres fundadores de la comunidad que tuvieron la visión y sabiduría de conservar estos bosques. Gracias a ellos hoy estamos en un territorio dedicado a la conservación y protegido por la comunidad. Nos han preparado un Matetún, para conocerse y conversar compartiendo un mate y sopaipillas, mientras cae lentamente la tarde.

A la mañana siguiente, partimos temprano con Alex: "¡Vamos al Pewenentu!" anuncia ceremonioso, mientras terminamos de tomar desayuno y preparar nuestras mochilas. El pewenentu - o lugar de los pewenes (araucarias)- es sagrado para su familia. Antes de entrar, es necesario pedir permiso al espíritu de ese lugar, arrodillándose a la entrada del bosque para rogar a los espíritus que habitan ahí. "Nosotros como costumbre no podemos llegar y entrar en un espacio natural sin pedir permiso a la Ñuke Mapu, a la Madre Tierra, al Ngen, al dueño de ese espíritu. Antes de internarnos en el bosque, antes de entrar en un humedal, en el agua, en el lago; siempre nos arrodillamos y pedimos permiso al dueño protector de ese espacio, declarando cuáles son nuestras intenciones en ese lugar. De lo contrario, como creencia mapuche, creemos que nos puede ir mal en ese lugar, podemos sufrir alguna dificultad, ya sea física o espiritual".

Caminamos en silencio por un sendero que sube por la ladera del valle, acompañados de Crescencio, Alex y Wanglén - la hija de Alex de 5 años - quien rápidamente encuentra los primeros piñones entremedio de las hojas. Nos unimos a la búsqueda y rápidamente entramos en el ritmo de recoger y avanzar, afinando la vista a las formas alargadas de los piñones que se confunden con la tierra y las ramas, pero también sintiendo en la espalda el rigor de mantenerse agachados por largo rato.

Este año la recolección de piñones fue distinta, no hay duda de que la pandemia ha sido un largo invierno, que congeló los suelos de Quinquén, y llenó de incertidumbre nuestras cabezas. Pero también puso en relieve no solo la necesidad de estar en contacto con la naturaleza, sino pensarnos como parte de ella.

La familia Meliñir sabe vivir como parte de la naturaleza. Conocen cada planta que está en su territorio, cuales araucarias botan primero sus piñones y cuando es necesario trepar por sus ramas sin dañar al árbol. Los piñones se recolectan principalmente en otoño, cuando maduran y caen como preparándose para el nuevo invierno. Pero también después de un largo invierno, aparecen aquellos piñones que han quedado cubiertos por la nieve y vuelven a asomar al llegar la primavera. "A esto nosotros le decimos pullum, piñones que quedaron bajo de la nieve, tienen otro sabor, distinto. Este piñón está como si estuviera abajo del agua, está dulcecito y lo volvemos a recoger" nos dice Alex. Nosotros llegamos después del invierno, cuando recién comenzaba la temporada de recolección, cuando aun quedaban algunas semillas del otoño anterior. Encontrar estos piñones que emergen suaves y llenos de sabor, nos deja una sensación de tranquilidad, de sentir que a pesar de lo largo que han sido los últimos 18 meses, es también un largo invierno que ya se termina de atravesar.

Seguimos recolectando junto a Alex, Crescencio y Wanglén, llenando nuestros sacos amarrados a la cintura, escuchando sus palabras y tratando de comprender en sus pasos que estas acciones estaban vinculadas no solo a la necesidad de alimento, sino a la espiritualidad y relación que los pehuenches tienen con las araucarias. Recoger piñones no es solo recoger alimento, es entender los ciclos naturales, percibir los árboles como dadores de vida y finalmente reconocer que nuestra existencia depende en gran parte de ellas.

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