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Parque Nacional Pan de Azúcar: junto al desierto y el mar.

Fecha de Publicación: 2021-09-21

Parque Nacional Pan de Azúcar: junto al desierto y el mar.
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Arena blanca, aguas turquesas y una temperatura promedio de 25 grados. De acantilados y espectaculares vistas panorámicas, el Parque Nacional Pan de Azúcar es un paraíso para la biodiversidad y el relajo. Y además sanitariamente seguro.

Llegamos a mediodía al parque desde Chañaral, ubicado 30 kilómetros al sur. Lo primero que vemos es la unión de desierto y mar en el horizonte. No se visualiza ni un alma a kilómetros. Sólo cientos de cactus en una belleza desoladora. Pero las apariencias engañan porque sus casi 44 mil hectáreas, repartidas entre la costa de Antofagasta y Atacama, son el hogar de gran variedad de vida silvestre: guanacos, zorros, vicuñas y hasta pingüinos.

A 10 kilómetros de la entrada está la caleta Pan de Azúcar, habitada por pescadores que viven del turismo. Allí también está la administración de Conaf y el Centro de Información Ambiental, donde se desarrollan charlas y programan excursiones. Cerca se ubica el camping de Conaf operado por Pan de Azúcar Lodge, que también cuenta con algunas cabañas y domos, los únicos alojamientos del lugar.

Creamos aquí nuestro campamento y planificamos cada movimiento porque solo tenemos dos días y hay mucho por hacer. Podemos nadar, bucear, observar flora y fauna nativa, realizar caminatas o salir a recorrer en bicicleta. Sí hay que tener en cuenta, sobre todo en primavera, que el clima es impredecible. En la costa puede estar nublado con viento, mientras al interior reina el sol. Estamos, además, en zona de camanchaca, la famosa neblina costera del norte chileno que aparece y desaparece a su antojo.

Partimos con trekking. Dentro del parque hay cuatro senderos y otros tantos aptos para bicicletas. Mejor preguntar a los guardaparques el estado de cada uno. Nosotros hicimos dos de ellos: Mirador y Quebrada Castillo. El primero, una ruta de 5 km, lleva hasta un mirador con vista panorámica a la isla Pan de Azúcar y sus alrededores. Hoy el sol pega fuerte, pero vamos equipados y podemos concentrarnos en sentir el olor a mar colándose por la nariz, llenando los pulmones como hace tiempo no ocurría. Es como si estuviéramos despertando nuestros sentidos dormidos por tanto confinamiento. Fotografiamos cada recodo: las pequeñas flores que surgen en un suelo de aspecto lunar, los enormes cactus y las luces y sombras que proyectan sobre el camino. Estamos volviendo a mirar, redescubriendo el mundo… Desierto En el sendero hay varias estaciones de descanso. Hacemos la prueba de sentarnos a beber agua y permanecer en silencio con los ojos cerrados. Oímos decenas de pájaros marinos que chillan a lo lejos. Los golpes de las olas nos avisan que estamos cerca de los acantilados. Caminamos por una pequeña colina, y de pronto, tras una curva, nuestros ojos se llenan de mar. Una panorámica sobrecogedora. Tuvimos la suerte de que está despejado, así la isla y rocas se ven en su esplendor.

Arena terapéutica

Por la tarde, descansamos en la playa. Hay de sobra para elegir y cada una es mejor que la otra. Incluso, con tiempo y espíritu aventurero, podríamos encontrar algunas inexploradas. Y volvemos a redescubrir muchas cosas simples: hace mil años no caminábamos a pie pelado sobre la arena. **¡Qué terapéutico sentir cada pisada hundirse en la arena a la orilla del mar! **Y aunque el agua está congelada, sentirla por unos segundos nos parece una delicia.

Tras el atardecer comemos todos juntos en torno a una fogata, que se transforma en el centro de juegos y canturreos para entretener a los más chicos. La noche está tan despejada que es totalmente recomendable llevar un telescopio y dedicar horas a observar la Vía Láctea y otras galaxias. Nosotros nos tendimos muy abrigados de cara al cielo y pasamos un tiempo único mirando las estrellas.

Al día siguiente, la camanchaca nos hizo postergar la visita en bote a la isla Pan de Azúcar, (los pescadores dan este servicio). Y nos dividimos: unos eligieron snorkel en la caleta, (también hay buceo) donde visitaron vestigios del muelle y la grúa por donde se sacaba el cobre de la mina Carrizalillo. Otros, partimos en busca de los famosos copiapoa globosa, un cactus hermafrodita que abunda en la zona y mide 4 metros.

Después de almorzar navegamos 2 kilómetros hasta la isla. Sus 110 hectáreas son la casa de una colonia de pingüinos de Humboldt, que gracias a la corriente fría pueden vivir allí. Cerca, los islotes Las Chatas y Las Mariposas, están repletos de aves y lobos marinos. Vimos a lo lejos un par de nutrias marinas: Chorlito chuchungo. También hay delfines, pero esta vez no se dejaron ver.

Los días pasaron volando. Nos quedamos con ganas de seguir allí aislados, pero muy juntos con el desierto.

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