logo

destinos

Lagunas Gemelas y playa Colún, una aventura a lo desconocido

Fecha de Publicación: 2022-08-17

Lagunas Gemelas y playa Colún, una aventura a lo desconocido
Compartir

El primer intento por visitar las Lagunas Gemelas en la playa Colún fue un fracaso inmediato: el auto atrapado en el barro, sin señal, sin mapa. Desde ese día, este rincón de la Reserva Costera Valdiviana (a 40 km de Valdivia) se instaló en mi top 1 de paseos pendientes: la Playa Colún y sus dos Lagunas Gemelas, una postal de otro planeta donde confluyen bosques de olivillo semi sepultados por dunas infinitas que corren a lo largo de la playa; y que terminan en las lagunas esmeralda con el mar de telón de fondo.

Lo estudiamos, lo pensamos. Por dónde llegar, dónde acampar, qué tan malo estaba el camino… Una vez que nos convencimos de que era más o menos posible, tres años después de ese primer intento fallido, nos largamos. La cara de los niños cuando vieron el bote a remos para cruzar el río es el mejor recuerdo que guardo de ese paseo: incredulidad total. “¿Ahí nos tenemos que subir? ¿Y alguien sabe manejar esa cosa?”- preguntaban en shock.

La manera tradicional de llegar a este rincón virgen es caminando. El recorrido empieza poco después de la portería del parque. Son 9 kilómetros de caminata por la playa, para alojar allá y luego volver de la misma manera. Nos moríamos de ganas intentarlo pero con los cuatro hijos se nos hacía difícil ese trekking tan cargados.

Preguntando a los locales y con los niños algo más crecidos definimos un nuevo plan de ataque: descargamos la foto satelital de Google y asumimos que era posible seguir la huella que lleva directo en auto hasta la Playa Colún. No es un camino bueno, es para autos altos, y paciencia porque se avanza lento. No me voy a hacer la chora ahora: grité y cerré los ojos varias veces durante el trayecto. En sectores con mucho barro el auto patinaba, llegando a rozar rocas o acercándose -peligrosamente según mi imaginación- a las orillas de barranco. ¡Y los puentes! Me bajé del auto en cada uno. No fui capaz de aguantar los nervios de pasar sobre un par de troncos con tablitas cruzadas, tan lindos como peligrosos. Me puse adelante cada vez para guiar a mi marido al volante, que hacía como que no le achuntaba, muerto de la risa. Los niños silenciosos. Confían en que no los expondríamos a un peligro real pero mis gritos de nervios los hacían dudar.

Tras casi dos horas –que se me hicieron cuatro- aterrizamos directo a la desembocadura del río Colún, a algunos metros de la playa. La última bajada es cosa seria, innecesaria porque se puede dejar el auto arriba, pero ya estábamos en onda jeepeo, así que nos lanzamos por una gran roca en casi 90 grados que es difícil bajar, irreal subir. No entiendo cómo los autos logran desafiar la física.

El nuevo capítulo de la aventura era logístico: encontrar el bote a remos que debía haber en alguna parte, llegar a un acuerdo con el dueño para usarlo (encontrar al dueño, claro), luego cruzar carpas, comida y sacos de dormir remando de una orilla a otra del río Colún, que desemboca maravillosamente plácido en esta costa. La logística era como el acertijo del zorro, la gallina y la lechuga. ¿Qué cruzar primero y a quién dejar solo al otro lado bajo la lluvia? Algo inventó mi marido mientras yo convencía a las dos menores sobre la seguridad de las embarcaciones flotantes. Que el bote tuviera filtraciones y que tuviéramos que desaguar constantemente no ayudaba en nada. Pero entre una cosa y otra se terminaron por animar y embarcaron también.

Cuerpo 1 lagunas

Al atardecer y tres viajes en bote más tarde, finalmente estábamos instalados en el camping más añorado, sorbiendo tallarines con salame bajo la lluvia, empapados, sonrientes y orgullosos de nuestra hazaña.

La mañana siguiente comenzó algo enredada con toda la ropa mojada y llena de arena. Pero los niños resolvieron rápido: chao zapatos, chao calcetines y así, a pata pelada, con sus impermeables, jockey para proteger la cara de la lluvia partimos los dos kilómetros de caminata a las lagunas. Debe ser lejos el recorrido más divertido que hemos hecho. Piqueros en las pendientes, piruetas, mortales, carreras por los filos… las dunas recién peinadas por el viento y endurecidas con la lluvia llaman a payasear. A la izquierda y a la derecha la vista es de infarto: mar y bosque corren en paralelo, divididos por esta delgada y altísima franja de arena.

Cuarenta minutos de caminata en línea recta por las dunas llevan hasta la ribera sur de la primera laguna. Lo único negativo que se puede decir de este lugar es que es tan difícil dejar de tomar fotos. Es demasiado lindo para ser cierto. Un lujo de naturaleza en estado salvaje. La Reserva Costera Valdiviana es un mundo espectacular preservado por una fundación privada, The Nature Conservancy, que no sólo protege bosque nativo sino que trabaja en reconvertir plantaciones de eucaliptus que habían plantado los dueños anteriores del predio. Uno de los atractivos más turísticos del parque es justamente la Playa Colún con sus Lagunas Gemelas, además del alerce gigante, que puede conocerse en una visita por el día por la portería de Chaihuín.

Un chaparrón cerrado nos devuelve a la realidad. Para otra vez quedará la visita a la segunda laguna. Ya con todo completamente mojado, hambrientos y satisfechos de aventura estamos listos para volver a la civilización. Breve pero contundente el paseo, ahora, las cocinerías de Chaihuín nos esperan.

Más por descubrir