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Kayak en el río Angachilla

Fecha de Publicación: 2022-08-17

Kayak en el río Angachilla
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Y ahí terminamos, en la orilla del Río Angachilla de Valdivia con nuestro equipo desparramado en el embarcadero: sacos de dormir, colchonetas, una olla, un par de carpas. No era mucho porque la instrucción a la familia fue clara, “traigan lo indispensable” y la respuesta fue diversa. Nuestro hijo mayor apareció con toda la ropa puesta, capa sobre capa, sin zapatos y su cortaplumas. El segundo llegó en traje de baño y con su libro, las dos menores con un par de juguetes y yo alcancé a guardar algo de ropa en una bolsa hermética, el teléfono para las fotos, una escobilla y pasta de dientes (que mantuve en secreto porque no tenía intención de compartir).

Todo apilado en el embarcadero, tres niños sonrientes por la aventura a la vista eligiendo remos, probándose faldones (esas cosas que se enganchan en la cintura para evitar que entre el agua). La menor encerrada en el auto muerta de miedo, dudando de la capacidad de flotación de esos botes chicos.

Habíamos hablado con mi marido de mostrarle a nuestros hijos distintas maneras de moverse en la naturaleza. Normalmente salimos en auto o caminando, queríamos abrirles un poco más las posibilidades y vivir con ellos la experiencia de transportarnos por agua haciéndonos cargo de trasladar nuestras propias cosas. Nada de bote extra para que lleve el guía, ni sobrecargarlo. Nuestras cosas, nuestro trabajo.

Este rincón del río Angachilla lo habíamos conocido un año atrás, buscando un espacio tranquilo para pasear en kayak. Este río es uno de los nueve que tejen la geografía de esta ciudad. Sus riberas y humedal, actualmente protegidos como Santuario de la Naturaleza, atrae a una diversidad de aves como el siete colores, pato jergón, garzas y cucas. Apenas vimos una oportunidad para vivir esta experiencia, la tomamos.

Cuerpo 2 Kayak

Reconozco que me dio un poco de miedo el momento de la inducción, especialmente la parte en que enseñan a sacar el faldón cuando la embarcación se da vuelta. “¡¿El kayak se da vuelta?!” me salió del alma el grito. “Casi nunca” me tranquiliza el guía y dueño de Río Vivo, Guillermo. Miro a mi marido como para ver si él está dudando también, pero nada. Me entrego a la aventura bajo los protocolos de seguridad estándares.

Remar río arriba tres horas cargando nuestro equipo y a nuestras dos hijas menores fue más exigente de lo que nos habíamos imaginado, a pesar de la ayuda de la marea. ¿Cómo se hace un picnic a medio camino con la familia embarcada? , ¿Cómo se resuelve un: “quiero ir al baño” sin orillas a la vista? Aprendimos que para cada problema hay una solución adaptada. Y que aparecerían otros que ni sospechábamos.

El primero es que había que llevar un juguete o alguna ocupación para las más chicas. Para ellas, que no remaban, fue algo lento el paseo. Tienen paciencia, menos mal. El asunto del baño fue algo más complejo, y el del picnic incluso peor: como estos sectores del río tienen mareas hay orillas que son muy difíciles de alcanzar, porque quedan cortadas a pique o porque se transforman en barriales enormes con juncos, imposibles de navegar, imposibles de caminar. La solución para el asunto del wc es sólo una (dentro de las soluciones convencionales): esperar. El hambre a medio camino demanda equilibrio y trabajo en equipo pero se resuelve.

Cuerpo 1 Kayak

Se nos había olvidado advertirle a Guillermo que nuestra gente come cada dos horas (nuestra gente quiere decir yo). Así que casi a mitad de la ruta con destino al camping empezaron las quejas “cuándo podemos comer algo”, “qué hay de picnic”… Seguimos entonces al guía, que nos indica una entrada boscosa por el agua hacia una pequeña sombra en el agua, spot perfecto para alimentar a la tropa. ¿No nos vamos a bajar? No. ¿Y cómo voy a encontrar las cosas, cómo se las voy a pasar? Cada uno tiene su maña… ¡Qué cosa más complicada! Entre risas, quejas y enredos notamos que los kayak se van. ¿Nos estamos moviendo? ¿No se van a quedar quietas estas cosas para que podamos comer algo? El guía nos enseña a poner un kayak al lado del otro, formando un puzle, y afirmando los remos de uno y de otro. Ahora sí, somos una isla flotante, cada uno revisa entre sus piernas, espalda, todos los rincones si encuentra algo de comer. Los remos hacen de manos para hacer llegar a cada uno lo que pide.

Con paciencia, al terminar, desarmar el puzle, unos más hábiles que otros, y vuelta al río. Una vez instalados en el camping, ya en tierra firme, la rutina fluye natural, unos cosechan maquis, otro intenta pescar, recolectar palitos para la fogata, esperar el anochecer sin ningún apuro.

A la mañana siguiente, con un magro desayuno en la panza empiezan las ganas de volver. El mayor insiste “me quiero volver ahora”. De acuerdo, volvamos. Oh, pero… ¿Dónde se fue el agua? La marea está un poco atrasada, parece. Los niños abren sus ojos. Viven en el campo pero están acostumbrados a satisfacer sus necesidades con prontitud. “¿Y qué hay que hacer para poder irnos?”, preguntan. Esperar. Esperar una hora, dos horas, que el agua vuelva y los kayak puedan salir nuevamente. No se rieron pero estoy segura que la experiencia dejó algo en ellos. Sentados, desocupados, sin nada que ordenar, lavar ni cocinar pasamos una mañana muy tranquila disfrutando las vistas del humedal.

Cuando volvemos a embarcar ya somos otros, nos sentimos expertos navegantes, cada uno a su ritmo volvemos al embarcadero sucios y felices. En el auto camino a la ciudad, ya vamos planeando nuevos ríos, más desafiantes, 5 días, 7 días en docky, en balsa, con amigos, mejor solos… miles de planes futuros.

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